En los albores del mundo, cuando el viento aún cantaba secretos y las estrellas dormían en el manto oscuro del cielo, existía una joven llamada Sedna. Su piel brillaba con la suavidad del hielo eterno y sus ojos reflejaban el fulgor del norte, ese fuego callado que arde en el alma del Ártico.
Sedna no era una niña común. En ella habitaba la fiereza del mar y el susurro de las olas. Pero el océano, tan vasto y profundo, guardaba sus misterios como un guardián silencioso.
Un día, un espíritu del agua, nacido de las profundidades infinitas, la reclamó. Su voz era como el murmullo de las corrientes, y sus ojos, pozos oscuros que revelaban el secreto del abismo. Sedna sintió el llamado, pero su corazón latía por la tierra y el amor a los suyos.
En la noche de tormenta, cuando el cielo lloraba y el mar rugía con furia ancestral, su padre la llevó en silencio a la embarcación que danzaba sobre las olas y le susurró con el peso de mil inviernos, “ el espíritu del océano te ha reclamado, nada hay que podamos hacer, ve y vive donde siempre perteneciste” y la arrojó al abrazo frío del océano.
Su cuerpo se tensó y sintió miedo de lo oscuro y profundo a su alrededor. Pero algo la llamaba, sentía su melodía. No sentía frio, sólo esa dulce canción que le era vagamente familiar. Ella pertenecía a las aguas profundas, pero aun su mente humana quería sobrevivir así que pataleo y salió a la superficie. Allí la barca de su padre era ya un recuerdo, no había nada ni nadie. Al sacar su mano para aferrarse a algo que flotaba, el hielo se unió a sus dedos liberando fragmentos de partes de su mano. Que se hundieron y se transformaron en focas, ballenas, peces, orcas y criaturas marinas.
Así, Sedna se hundió en el lecho del mar, donde su espíritu se fusionó con las aguas eternas, convirtiéndose en la madre y protectora de todo lo que habita en ellas.
Desde el silencio azul y profundo, Sedna observa el mundo. Es sabia y severa, guardiana de la vida que el mar ofrece. Quien respeta las reglas del océano, encuentra su favor; quien lo ofende, siente su ira en las tormentas y en el vacío de la melodía de las criaturas del mar.
Cuentan las ancianas de las tierras del Hielo, qué solo unos cuantos elegidos pueden peinar a la Diosa cuando entona la canción de la tristeza y su llanto ahoga al mar en furiosas tormentas. No es ira lo que en ella habita, es el recuerdo feroz de haber amado a la Tierra pero pertenecer al salvaje océano.
Cuando peinan sus cabellos, ella se calma y el océano es suave y calmado. Recuerda su niñez entre las gentes del hielo. No quiere volver pues sabe a dónde pertenece pero eso no evita que en algunas lunas sienta dolor en su pecho.
Sedna, la Reina del Mar Profundo, nos invita a honrar el vínculo sagrado entre la tierra y el agua. En su historia vive el eco eterno de la pertenencia, la transformación dolorosa, ocupar tú lugar y crear. Recordando con fiereza la magia que fluye en las corrientes invisibles de la vida.
Te amo y honro Sedna, Madre.
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Arte representativo de Sedna: